Somos los mismos, siempre los mismos. Sólo cambia el escenario. Vengo a Europa y aquí vengo a hablarle a alguien que fue mi compañero de trabajo en REFORMA durante al menos cinco años y nunca nos dirigimos la palabra. Bueno, creo que ni contacto visual hubo. Aquí en Madrid, venimos a coincidir, obligados más por los genes jamaiquinos, que anulan el efecto individualista de las grandes urbes y de las grandes emperesas.
¿Cómo? por consejo de otra mexicana con residencia en Chile, por Dios! Cachai ta webá?
Porque aquí desarrollas la habilidad de estar solo, el talento de vivir, de viajar, de gozar solo hasta del viento helado.
Una noche helada, la primera noche de copas en Madrid. Cierto, la segunda, conozco a un colombiano que al saber mi origen mexicano pregunta si conozco a Alberto Morales del Universal. Claro que lo conozco, caray! Si bien no coincidimos en cobertura, sí fue en los chacaleos con JCDC. Claro que lo conozco. Pues el compa colombiano y Alberto coincidieron años ha en un curso sobre periodismo en Colombia.Los periodistas se conocen hasta lo que no saben que existe de sí mismos. Se conocen los vicios, los modos, los amantes, los malos hábitos, las peladeces y las repiten, las aprenden y nos etiquetamos de cómo es el otro: buena onda, fresa, mamón, pija, alto, casado, con novia, con querer, sencillo, muy sano, muy bonita, un desmadre. Todos recibimos el segundo nombre entre periodistas, el que nos etiqueta y no el que recibimos en la pila bautismal.
Y gracias al realmente global messenger nos decimos: A poco estás con fulanito, ¿el flaquito?, ¿uno alto?, ¡ah sí!, uno morenito, ¡ah sí!, una chava así y asá, claaro, la que el otro día.....
En el letargo de una noche después de una jornada laboral, dos mexicanas y un brasileño se sientan en la misma habitación con una laptop enfrente.
La mexicana uno chatea con amigos de México. El brasileño con una latina que conoce al cuarto inquilino, y la otra mexicana desenpolva en el facebook una foto del congreso de la ciudad de México.
Están en Madrid y su corazón o su mente o sus recuerdos están en algún otro lugar del mundo. Pero nos une más que la coincidencia, más que la anécdota porque el colombiano de Medellín baila con la misma salsa que yo me gradué de la universidad. El argentino se reía con el mismo programa infantil, que yo a los 6 años. El Chavo del 8 es citado hasta por el cajero del Banco Popular.
Y vengo a buscar a Madrid a los compañeros periodistas que conocen a mi amiga Yetla de México, con la que cubría la ALDF. La veré en Berlín en unas semanas, después de haberla visto en Coyoacán mientras comía yo unos huevitos con queso de cabra.
Las mismas almas solas en una coincidencia llamada el mismo espacio.
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